Al terminar la Segunda Guerra Mundial, las dos potencias vencedoras disponían de una enorme variedad de armas, muchas de ellas desarrolladas durante el conflicto. Tanques, aviones, submarinos y otros navíos de guerra constituían las llamadas armas convencionales. No obstante la desigualdad resultaba patente o por lo menos eso les parecía a los estadistas.
En la aviación convencional se demostró que tanto en número como en calidad los cazas y bombarderos soviéticos no sólo estaban a la altura, sino por encima, de los occidentales. Pese a que el Pentágono siempre afirmaba poseer aparatos superiores a los de cualquier otro país, los enfrentamientos vividos durante la Guerra de Vietnam y posteriormente en la Guerra de la Frontera demostraron la igualdad, cuando no la superioridad, de los aviones comunistas.
Nikita Krushchov, para su hijo y profesor en el Boston Institute nunca llegó a existir una carrera de armamento en la mentalidad rusa.
Pero eran las denominadas armas no convencionales las que llamaban poderosamente la atención, más poderosas, eficientes, difíciles de ser fabricadas y extremamente caras. La principal de estas armas era la bomba atómica. Al principio de la Guerra fría sólo EUA disponía de estas armas, lo que aumentaba significativamente su poder bélico. La Unión Soviética inició su propio programa de investigaciones para producir también tales bombas, algo que consiguió en cuatro años, ayudándose de espionaje. En un principio Estados Unidos centraba sus investigaciones en perfeccionar el vector que transportara las bombas (misil o bombardero estratégico); pero fue cuando se supo que Moscú había detonado su primera bomba nuclear de fisión cuando se dio luz verde al proyecto para fabricar la bomba de hidrógeno, arma que no tiene límite de potencia conocido. Contradiciendo a la preocupación occidental de aquella época, el ciudadano de estadounidense y miembro del Instituo Thomas Watson, Serguei Khrushchev afirma que en tiempo de la Crisis de los misiles de Cuba el poder nuclear estadounidense superaba al oriental en 10 veces o más.
Esta carrera armamentista era promovida por el llamado Equilibro de Terror, según el cual la parte que se colocase al frente en la producción de armas provocaría un desequilibrio en el escenario internacional.
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